Hortúa Inhospitalaria

El sol cae inclemente sobre el campo abierto de camas del Hospital. Cada esfinge, se alza de la hierba como una lápida, desleída y corroída por el paso del tiempo; a lo lejos, Un hombre emerge entre los arbustos, frágil, vulnerable, carga sobre su espalda, como único equipaje, sus enseres, una mesa y un colchón; la hierba verde corta la planta de sus pies, a medida que traza con su andar un sendero metáfora de su pasado, este cuerpo cansado avanza hacia el cementerio de esfinges, donde, por efecto del sol, resaltan los rostros ocultos por un velo rojo de aquellos quienes las custodian... observan, sin reacción alguna, el desplazamiento tortuoso de aquel hombre que busca un lugar donde reposar cuan pájaro encerrado, aquel hombre revolotea incesantemente, chocando contra las paredes intentado escapar, finalmente, cae exhausto en el fondo, mientras su pecho se contrae rápidamente Aquel cuerpo estremecido, distensiona sus músculos y se funde con la cama que lo soporta, sus ojos lanzan una mirada más al mundo que lo contempla enrojecido por la enfermedad. De la mano de una enfermera, es puesto sobre la mesa un vaso de agua.

Inhospitalario es la propuesta artística de David lozano; en ella, se convoca al personal que laboró en el Hospital de la Hortúa, y se hace uso de elementos icónicos pertenecientes al mismo. En el helipuerto se instalan 60 camillas, cantidad con la que se dio inicio a las labores hospitalarias, estos objetos, son custodiados por enfermeras que cubren su boca con un tapabocas de color rojo como símbolo de una enfermedad generalizada, como un témpano de sangre producido por el enmudecimiento y la indolencia. Un hombre desnudo, se pasea por aquel campo, ese hombre es el dolor encarnado del desarraigo, es la incomodidad, es el cuerpo que como Antígona (paradigma ético) recibe el peso de su destino, y se enfrenta a la ley de los hombres que transgrede los principios fundamentales de los antiguos, los cuales dictan que ningún muerto


debe quedar insepulto, pues estos han de dejar huella para ser recordados, reivindicando una tumba, un símbolo, una huella. Vivir en lo simbólico. Es en el destino de ese cuerpo, lo que se haga de él, trazará la huella de la historia de la polis, de la humanidad, o borrará dejando los cuerpos insepultos para que la putrefacción no deje ninguna huella y pase al olvido.

En ésta ocasión, Lozano, hace una reflexión acerca del Hospital San Juan de Dios y lo acoge como un cuerpo vivo; el cuerpo dinámico, escenario de tensiones, como un organismo vivo que aún, en estado agonizante, muestra su pulso. Un pulso débil pero que se mantiene constante; ese latido, es la voz, tanto de la historia viva como de los que decidieron luchar vehementemente por rescatar aquel lugar en el que se atendió la salud de todo un país en tiempos de guerra, y por fuera de ellos.

Hospital, no es solo la memoria de un recordar de la historia, sino que alberga la esencia del cuidar del hombre revertido en un recuerdo vivo que implica la manera cómo se vive el presente en relación al pasado para transformar el futuro. Allí reside la importancia de la revitalización del Hospital.

Los hijos del San Juan, llevan a cuestas un pasado glorioso, el infortunio del presente, y la incertidumbre del futuro, y abogan por lo justo para cambiar el destino trágico de la indolencia, por lo mínimo que un estado debe garantizar al pueblo un sistema hospitalario que cubra las solvencias de los menos favorecidos, pues es la mayoría. La intervención de David, en las instalaciones del Hospital de la Hortúa, dan cuenta de la enfermedad que se extiende a pasos apresurados sobre los lugares colindantes integrando a cada ex trabajador como pieza fundante de la memoria andante que se resiste al olvido.

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