David Lozano: Una aproximación biográfica / por Halim Badawi
Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia en el marco de la exposición “Ulises“.
David Lozano empezó a estudiar bellas artes precisamente durante este momento histórico. Nacido en Bogotá el 2 de marzo de 1959, inició su carrera en la Universidad Nacional de Colombia durante el primer semestre de 1980, donde se graduó en 1988. A pesar del tradicionalismo de la Escuela de Bellas Artes, en aquel momento, ésta era una de las tres instituciones de enseñanza superior del ramo con que contaba Bogotá.
En este contexto, la representación del cuerpo era fundamental: los estudiantes cursaban durante la carrera cinco anatomías y 17 clases de dibujo artístico en las que reiteradamente se enseñaba la figura humana. Algunos profesores de aquel momento como Ángel Loochkartt, Carlos Granada, Balbino Arriaga y Rendón, habían introducido en el pensum un fuerte énfasis en el estudio del cuerpo: Arriaga desde lo anatómico, Loochkartt y Granada desde lo expresivo. Igualmente, desde mediados de la década de 1970, como diría Hal Foster, el arte colombiano había iniciado su retorno a lo real, con la reapropiación de la figuración con sus vertientes realista y expresionista, donde el cuerpo desnudo jugaría un papel fundamental: Darío Morales y sus hiperrealistas retratos de mujeres desnudas, Tiberio Vanegas y sus esculturas en resina de poliéster (a escala real) de hombres masturbándose, las insinuantes e hiperrealistas botas en cuero de Antonio Barrera y Miguel Ángel Rojas, los cuerpos en éxtasis de Luis Caballero y Lorenzo Jaramillo, las mujeres desgarradas de Ángel Loochkartt y Carlos Granada, o las Cortinas de baño de Óscar Muñoz, ya en 1990. En general, gran parte del arte colombiano de la década de 1980 centró su atención en el cuerpo, o, más bien, en la diversidad de cuerpos posibles.
Aunque podría especularse sobre la raíz sociológica de este interés por el cuerpo desnudo, interés común a gran parte de los artistas colombianos de aquel entonces, nos limitaremos a mencionar el medio social que posiblemente procuró en David Lozano, casi dos décadas atrás, el surgimiento de estos intereses plásticos. Desde las procesiones de Semana Santa en el barrio Kennedy de Bogotá a mediados de la década de 1960 en donde la pasión de Cristo era llevada al paroxismo a través de imágenes flageladas y sangrantes, con todos los morados, plateados y dorados de la indumentaria procesional, y toda la indefinición de la pasión con la delgada línea éxtasis/dolor propia de algunas representaciones barrocas que han perdurado hasta nuestros tiempos; la sociedad parca y rural de entonces que asistía multitudinariamente a estas procesiones, con todo su recato moral, y, al mismo tiempo, la modernidad urbanística y arquitectónica que reconfiguraba al país; las iglesias visitadas en compañía de su padre, especialmente la de San Francisco, que desde siempre le había resultado impactante por su ornamentación barroca de un efectismo inusitado, con sus cuadros de mártires, y altares recubiertos en laminilla de oro; el Nuevo Catecismo con Jesús cuyos dibujos sagrados incluían un vestuario profuso en pliegues y claroscuros; y, las revistas pornográficas de su hermano mayor, posiblemente, una de las más fuertes influencias en su obra gráfica.
Este imaginario católico con toda su carga barroca, persistente en Colombia hasta finales del siglo XX, puede ser encontrado en sus series de pinturas de Cristo o La Piedad, que en su temática apelan claramente a imágenes religiosas propias del Barroco (aunque con un elongamiento manierista y una violencia expresionista), así como en sus cuerpos de hombres excitados grabados en toallas, cuyas marquillas delatan su procedencia: moteles de diferentes ciudades de Colombia.
En estos hombres no hay ambigüedad alguna: a diferencia del dúo placer/dolor propio de la iconografía religiosa de la Colonia, estos hombres grabados por Lozano se encuentran en una explícita situación de placer, con sus cuerpos contorsionados y sus penes erectos, todos marcados con fuertes claroscuros sepias que encuentran un referente en el manto de La Verónica o en el Santo Sudario de Turín.
En este sentido, podría decirse que una de las miradas de David Lozano sobre el cuerpo ha sido construida, por afecto u oposición, a partir de los arquetipos corporales o morales desarrollados por la religión católica especialmente durante el período Barroco, arquetipos que ya han encontrado su lugar en la memoria colectiva, en donde a través del tiempo han mutado de formas inverosímiles. Estos arquetipos son rescatados, estudiados y transformados reiteradamente por Lozano desde la orilla de su propia experiencia, desde la condición impuesta por su tiempo y desde los recuerdos de su niñez. No en vano toda obra autorreferencial termina siendo profundamente universal. De este período son sus exposiciones Entre santos y fieras y Presentación-Representación, ambas realizadas en 1991 en el Centro Colombo-Americano de Bogotá. La segunda de estas exposiciones, fue trasladada en 1993 al Museo Universitario de la Universidad de Antioquia. Estas pinturas se centran en la representación del cuerpo desde lo abyecto. En algunas, suele manifestarse un erotismo atormentado y descarnado que podría encontrar un referente temprano en cuanto a su carácter expresivo, a su manejo del color y del tema en artistas como Chaim Soutine, Óscar Kokoschka o, más recientemente, los artistas de la ola neoexpresionista alemana. Esto a su vez, le emparenta con artistas colombianos de intereses similares como Leonel Góngora y Ángel Loochkartt, este último, uno de sus maestros.
De la misma forma, este carácter autorreferencial encuentra en una experiencia infantil devastadora para algunos niños, como la incontinencia urinaria, una piedra angular. La reiteración del colchón, sea sucio o limpio, en la obra de Lozano; la construcción y la destrucción una y otra vez del colchón; la reiteración de los calzoncillos blancos como símbolo de un despertar a la sexualidad y otros elementos siempre presentes en la obra de Lozano dan cuenta de estas angustias.
Con estas y otras obras que oscilan entre pintura, dibujo, grabado, fotografía, vídeo y performance, David Lozano ha participado en varias exposiciones colectivas como Nuevas Expresiones Plásticas (1988) en e IX Salón del Museo de Arte Contemporáneo Minuto de Dios de Bogotá, en el Salón Nacional de Artistas (1993, 1994, 1997 y 1998), y, en el Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia en las muestras El lápiz del artista (2000), Emergencia (2000), Tránsito (2001), El objeto paradójico (2002), Portátil (2002), DARC. Departamento de Arte del Congreso (2005) y 147 Maestros: Exposición Conmemorativa (2006), en donde presentó una serie de fotografías a partir del trabajo de Robert Mapplethorpe, reinterpretando con la distancia histórica necesaria una serie fotográfica que en su momento, fue objeto de polémica.
Luego de terminar en 2003 la Maestría en Artes Plásticas y Visuales en la Universidad Nacional, donde se desempeña como docente desde 1997, ha desarrollado y participado en una serie de proyectos curatoríales y performáticos como Objetos de medición para cuerpos desmemoriados (2002), Poscorporeidad y el asco (2005), y, más recientemente, su proyecto de creación artística Marca y Ego, una investigación sobre el cuerpo producto de una Beca de Creación de la Universidad Nacional, presentada en la Bienal de Arte de Bogotá (Museo de Arte Moderno de Bogotá, 2006).
En sus más recientes instalaciones, vídeos y performances colaborativos, David Lozano ha manifestado una tendencia notoria por indagar en lo instintivo, por sondear nuevas naturalezas con una carnalidad y visceralidad que suele ir más allá de la apariencia morfológica del objeto. Un arte que no está signado por la universalidad sino por la especificidad y la fragmentación, producto de una implosión desde la misma historia y teoría del arte.
La mirada de David Lozano se instala en los puntos negros a los que refería Dante: en la enfermedad, en lo defectuoso, en la humanidad del cuerpo humano, en la imperfección, en la sombra que proyecta ese cuerpo, en la estela de lo sublime (también en lo escatológico), en la incertidumbre de lo sano, en la certeza de la corroído y en la podredumbre, o, en términos de Paul Virilio, un “arte despiadado diferente a un arte compasivo”. Como afirma Pere Salabert “hoy reaparece el cuerpo, pero en su modalidad siniestra, en ocasiones mediante sus
funciones fisiológicas, atendiéndose quizá a su presencia estrictamente camal”, no solo el arte sino la sociedad en general ha abierto camino a un cuerpo que desea y siente, es la necesidad de mostrar un cuerpo sin tapujos: en sus fluidos y sus orificios, en otras palabras, la reivindicación de un cuerpo primario.
No en vano, dentro de los artistas más admirados por Lozano se cuentan el norteamericano Matthew Barney, quien en su Autorretrato nos plantea otra forma de entender el cuerpo, convirtiendo las posibilidades de un órgano aparentemente invisible como el cremáster en todo un discurso alrededor del cuerpo. En los trabajos de Barney, de un refinamiento exquisito, éste apela a un cuerpo “posible en lo imposible”, una mixtura entre el dandy victoriano y las experimentaciones llevadas a cabo por la genética y la cirugía cosmética. Barney trabaja con una noción de cuerpo de lo que no se vé, pero que puede ser visible si el artista lo señala. En su serie de vídeos, dibujos y objetos del cremáster, toma éste músculo como metáfora de un cuerpo que desconocemos, que poseemos pero al cual no interrogamos lo suficiente ni en lenguaje ni en la imagen.
Otra artista admirada por Lozano es la francesa Orlan, para quien la mirada sobre el cuerpo y el tiempo se halla computarizada, inflada, duplicada, serializada, clonada, masificada, apropiada en la copia y en el simulacro, marcada por la influencia de los estereotipos de la televisión, el cine, el cine porno, la publicidad, los gimnasios, las salas de cirugía y las discotecas, en otras palabras, los templos de la sociedad occidental contemporánea. Orlan visibiliza descarnadamente este movimiento de nuestra sociedad: ella imprime sobre su propio cuerpo los estereotipos que sobre éste se han tenido a través de la historia social y del arte, su cuerpo es el lienzo sobre el que experimenta. La artista se somete a cirugías estéticas asumiendo rasgos fisonómicos de personajes representados en el arte a través de la historia, personajes que pueden ir desde Santa Teresa de Jesús hasta un príncipe azteca.
En estos territorios se mueve David Lozano. En esa relación dialéctica entre belleza y fealdad, entre lo sublime y lo bajo, entre lo pornográfico y lo política mente correcto, aflorando en el camino la responsabilidad ética de los artistas sobre el cuerpo representa do. A través de la recreación y de la construcción de lo monstruoso, David Lozano ha conseguido volcar nuestra mirada hacia esa naturaleza humana que hemos construido, o, más bien, constreñido.